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Wojnarowicz, una lucha intemporal

Suele definirse el arte como aquello con suficiente belleza como para admirarlo sin percatarnos del monótono camino recorrido por las agujas del reloj, pero es precisamente este tiempo el que reivindica el labor social que activistas como David Wojnarowicz han realizado con sus obras.



En un momento aparentemente crítico, cuando la degradación medio ambiental se ve postergada bajo la alfombra que más tarde nos hará toparnos con la irresoluble realidad, el museo Reina Sofía expone el trabajo de Wojnarowicz para recordarnos que es el pueblo quien debe luchar.


La recuperación de sus trabajos nos rememora la importancia que tiene combatir sobre aquellos aspectos que atentan contra la libertad, aspectos que nos debe hacer pensar y actuar, pues como se titula la exposición: “La historia me quita el sueño”.

El heterogéneo trabajo del estadounidense incluyendo fotografía, pintura, música, cine, escultura y literatura, destaca por su eficacia para infiltrarse en la cultura imperante al romper los cánones culturales del momento. Pero es la defensa de las personas enfermas del sida, ante la pasividad del gobierno, plasmada en sus obras la que las ha dotado de un carácter intemporal.


Wojnarowicz, desde su condición de homosexual y seropositivo, trató de concienciar a una sociedad sumida en los conflictos culturales de los ochenta, en primer lugar, mediante su fotografía. Su principal figura fue la del marginado tratándolo desde la crudeza que los márgenes de la sociedad suponen, representándolo siempre con una careta de Rimbaud. Un autor con el que se comparaba por la condición de extraño que él mismo expresó: “Yo es otro”.



Tras la experiencia vivida con Hujar, a quien el mismo artista consideraba “hermano, padre y vínculo emocional”, Wojnarowicz comenzó a maquillar lienzos con insectos, glóbulos sanguíneos, autopistas, mapas y billetes falsos que suponían una clara crítica a la industrialización y la fragilidad sobre la sociedad que entrañaba.


Las diferentes formas, mediante las cuales Wojnarowicz abordó su arte no le desviaron de su fin último: la lucha contra las injusticia. De hecho, según aumentaba la censura por parte de los diferentes sectores políticos y opositores católicos, más implacable se mostraba al tratar elementos sórdidos de la realidad.


Una exposición que no solo debe servir para rememorar el activismo de Wojnarowicz pues la lucha aún no ha terminado.



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