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Rugidos

Sentí que agarrado de su mano podría viajar a Saturno, salir de un laberinto, conquistar el mundo. Entre la elegancia de sus gestos, parecía ahogarse el mar, asfixiarse el aire, detenerse el espacio; pues eran tan suaves como la brisa que con delicadeza mece el cuerpo inerte de la gacela, acariciando el último de sus susurros; tan sutil como la zancada de aquella leona que dejó sus promesas olvidadas junto a unas medias desgarradas y un vestido que sucio aún recuerda su último gemido mudo.


Y es que en la sabana imperan los animales, por eso fuimos tan salvajes entre las suyas. Sin más reglas que el espacio-tiempo. Ese que destrozábamos devorándole segundos a la eternidad, arrancándole despacio el sentido al futuro.


Aquel en el que pensábamos mientras disimulaba sus certezas; dejándome en el camino aturdido, olvidado como a una presa, pero consciente como el último latido de un corazón desnudo.



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