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Non odiare, una lenta enseñanza sobre el odio

Actualizado: 29 sept 2022

Es casi medio día, la primavera ha llegado y con esta, el deseo u obligación de aprovechar la mañana. Al fin y al cabo es domingo, no hay nada mejor que hacer. Todas esas promesas por estar en forma parecen tener fecha de caducidad, no obstante, según empieza nuestro día puede estar acabando el de cualquier otra persona.


No importa si estamos corriendo, remando o montando en bicicleta porque los accidentes son eso, accidentes. Somos personas, o creemos serlo, así que no dudaremos - espero- en acudir a ayudar. De ser cierto, de correr a socorrer:


¿Sería usted capaz de dejar morir a quién yace sin fuerzas en el suelo? Y si esa persona es la que más odia en el mundo, ¿seguiría siendo incapaz?

Ficha técnica

Nombre: Non odiare (No odiarás)

Guión: Mauro Mancini

Género: Drama

País: Italia

Año: 2020, llega a España en noviembre de 2021

Duración: 95 minutos

Reparto: Alessandro Gassman, Sara Serraiocco, Luka Zunic


El filme italiano de Mauro Mancini, No odiarás, nos presenta a un laureado cirujano, Simone Sagre, de origen judío. Este presencia un accidente durante su habitual práctica de remo, sin embargo, pese a acudir en su auxilio, abandona al conductor a su suerte tras encontrarse con un tatuaje nazi. Al descubrir que con su fallecimiento la familia de Antonio Morbidelli se queda desprotegida, tratará de resarcir su culpa.


La trama encierra, entre otros, a dos monstruos morales como lo son el remordimiento y el arrepentimiento. Un agónico culpable que, por mucho que haga o trate de hacer, será siempre el culpado. Puede que nadie viese cómo apartó la mirada o cómo la sangre decidió albergarse en sus mangas, pero el verdadero verdugo está en nuestra conciencia y el de Sagre hace tiempo que dictó sentencia.

Sin embargo, la película no solo ahonda en la conciencia humana respecto a la culpabilidad, también lo hace sobre el fanatismo. Mancini profundiza en un Pepito Grillo que parece haber emigrado de la extremista cabeza de Marcelo, un insoportable rapado más centrado en escupir judíos que en cuidar a su propia familia. Así, el largometraje invita a reflexionar, a cuestionar cuáles son los verdaderos límites del sentimiento de pertenencia.


Evidencia que los ideales acaban siendo deseos irracionales frente a necesidades tan básica como llevar pan a la mesa y que si tu hermana tiene que ser la criada de un judío con tal de sobrevivir, lo es por mucho que rechine en tu orgullo neonazi.

La obra seduce a nuestro carácter más crítico y analítico. No vemos una pantalla, pensamos con ella. Pensamos, por ejemplo, que el odio es capaz de romperlo todo, incluso esa pared construida después de tantos años con ladrillos de amor, incluso la integridad de un doctor. Fueron tan solo unos minutos, tan solo el impulso de no cortar la hemorragia, de no apretar lo suficiente el cinturón, segundos que no se pueden recuperar. Segundos de odio, que tardan años en olvidarse, si realmente olvidar es una opción.


Se muestra la pobreza emocional, pero también la miseria física. La necesidad de arrastrarse por un suelo con clavos y hacerlo porque es lo que toca, porque no queda otra. Abandonar tu vida de estudiante para ser explotada en servicios de limpieza, cobrando lo mínimo por trabajar de noche en un supermercado, aún menos por cuidar a los tuyos. Cómo pasa con Marica, cómo pasa con tantos otros en la actualidad.


No odiarás es cruel, impactante, pero real.

Es necesario destacar la iluminación y fotografía del filme. La luz cálida reflejada en las cristalinas aguas del lago, así como el juego de sombras para desenmascarar la culpabilidad, resultan deliciosas, cebando sigilosamente a un ojo que se encapricha con la delicadeza de sus planos, unas pupilas que solo quieren más.


El filme hace pensar, pero tanto que excede la paciencia incluso de aquel jubilado relegado a vigilar obras. Las prisas no son buenas, pero la lentitud acaba por agotar.


Mancini termina convirtiendo a su obra en una montaña rusa de silencios, pausas y conversaciones lentas, transformándola más bien en una explanada rusa.

Esa llanura en la que apenas se atreven a aparecer un par de valientes arbustos rodantes. Unos arbustos cargados de reflexión, tanto que apenas pueden avanzar.


La trama, basada en los hechos reales de la no intervención de un cirujano semita a un paciente debido a estar este último tatuado con símbolos nazis, es bastante consiste. La excusa perfecta para enganchar al espectador ante un sangriento inicio y permitir la profundización sobre la psique humana. No obstante, acaba perdiendo fuelle. Todos los condicionantes para que la película explotase como La Palma estaban presentes, pero las pausas abusivas no tardaron en apagar un volcán tan dormido como la ilusión del público.

Quizá se considere una buena persona, tal vez sería el primero en acudir al accidente, desatar al herido, cargarlo en sus hombros y huir con semblante heroico mientras la explosión decora con llamas la estampa. Puede que solo llamase a una ambulancia o puede que se limite a mirar. Tranquilo, no le juzgaremos, pues haga lo que haga será mejor que odiar. Y si lo va hacer recuerde esta película, pues para algo invertimos dos horas de nuestra vida en reflexionar.





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