Luna llena

Nos conocimos desconociendo que tras sus pupilas se escondían la luna y cada una de sus fases, de sus caras, de sus coras.

Asumimos que de estar plena opacaría con sus lunares cada uno de los astros, cincelando su perfume en mi piel, siendo Artemisa musa de su tacto. 

Me hablaron de sus labios obviando que en su roce se hallaba todo el arte olvidado de un marco, devorándonos como Saturno, perdidos en trance en nuestros trazos.

Con el tiempo fueron los graznidos de los cuervos quienes tiñeron el cielo (medi)ocre, con la sentencia del Renacimiento ante el Barroco, con la asfixia del desorden que un día guió nuestros gestos.

Aquella noche de estrellas acabó estrellada, huyendo sin zapatos, perdida entre los susurros de un lobo que aún aúlla insensato.