Las apariencias no solo engañan, a veces matan
- Fernando Fraile
- 14 feb 2020
- 5 Min. de lectura
José Estúñiga asesinó a su vecina pese a la incredulidad del pueblo sobre su culpabilidad
¿Es realmente cómo cree ser o solo es cómo quiere hacer ver que es? Quizá no dude, puede que su insaciable ego se muestra irreverente ante tal ofensa. Tal vez, sepa qué tiene dentro y cómo es realmente. Pero quizá, precisamente, sean las apariencias las que contesten por usted pues se ha convertido en un disfraz para las mismas, en la persona donde el personaje más vivo se siente.
¿Si matara, cuánto tiempo sería capaz de estar escondiendo el cadáver? Tómese su tiempo. Quizá se arrepentiría al instante o puede que aguantase más, tal vez años. Sea como fuere, ya está pensando en qué usted podría haber matado, aunque solo hayan sido unos segundos, y eso no lo pensaba antes. Tampoco lo pensaba José Estúñiga, menos aún aquellos que lo rodeaban, pero lo hizo.
Quizá ni él mismo se conocía, quizá usted tampoco.
Tenía 21 años, las ganas de comerse el mundo y la cabeza destrozada. Yolanda Martínez Fuentes fue hallada medio enterrada en el campo después de ser golpeada en la cabeza, primero, por una barra antirrobo, más tarde, por una piedra y después, ya no habría un después para la joven.
Nació en Algete, se crió allí e incluso era en su pueblo donde Martínez trabajaba en una envasadora de frutas. Sin embargo, lo que no sabía es qué sería la tierra de ese mismo lugar la última en acariciar su piel antes de desangrarse. Tampoco qué sería uno de sus amigos y vecinos quién increparía a la parca marcando en su calendario una desafortunada cita a la que acudió demasiado puntual.
Fueron 7 días. José Luis Estúñiga Hidalgo soportó el incesante paso del tiempo durante 7 días hasta que acabó confesando el crimen. Según fuentes cercanas a los hechos, Estúñiga recogió a Martínez en su trabajo junto a sus amigas, pero ella no se bajó del coche.
El amor y el odio, las ganas y el exceso, el momento y la eternidad: todas ellas observaron curiosas cómo la no tan romántica velada en un descampado acababa con las velas que ninguna madre quiere encender.
Hasta ese momento, según informes de la Guardia Civil, el cuerpo de Martínez estuvo más de una semana en el campo.
Octubre comenzaba sigiloso a entrometerse en los últimos planes de 1987. Era frío, como siempre, pero fue recordado como nunca. Parecía ser un día más para Mariano Bravo. Se despertó a las 6 de la mañana, sacó sus galgos a pasear y partió a sembrar. No obstante, esa noche no se durmió a las 11 como solía sino que estuvo despierto hasta altas horas de la madrugada. “Cuando te acuestas, piensas en lo que has visto”, confiesa el agricultor tras un angustioso hallazgo que aún marca alguna de sus noches.
“Vi una cosa rara, me acerqué, estaba ensangrentada y con la cabeza medio partida”, añade Bravo con la voz entrecortada.
El frígido cadáver presidía inerte la broza de una frondosa chaparra que silenciosa aún sigue sin narrar los hechos. Un escondite que delata la falta de planificación del criminal, pues el labrador asegura que estaba medio enterrada y parecía que la habían dejado con prisas.

Tras la agonizante despedida de Yolanda Martínez, la frialdad subyugó al asesino que, sabiéndolo o no, Estúñiga tenía dentro. La reacción tras su sádico impulso fue continuar viviendo de la manera más cotidiana posible. De hecho, Maria Pérez, vecina de la novia del criminal, desvela que durmió en casa de la novia y sus padres el día del asesinato.
Mientras el luto comenzaba a teñir de penumbra las calles algeteñas, Estúñiga desempeñaba el papel por el que nunca recibió aplausos. María Pérez trabajaba en una lechería en Ajalvir donde solía servirle. Su rutina de comprar una botella no varió, tampoco la de visitar a su novia cada noche, pero desde aquel momento no iba solo. La culpa le acompañaba de la mano allá donde fuera aunque tratara y consiguiera esconderla bajo su típica apariencia social.
“Me quede muy sorprendida, era un chico muy normal y simpático. Se llevaba bien con todo el mundo. Un chico tan amable era imposible que hiciera algo así”, reconoce Pérez aún conmocionada porque según manifiesta, “estaba despachando a un criminal”. “Se comportaba normal pero era un asesino”, reconoce la dependienta sobre la indiferencia con la que Estúñiga actuaba.
Por su parte, Fernando Redondo, que coincidió con Yolanda Martínez en Frutas Brasil, indica que era una chica graciosa pues estaba siempre estaba de broma con sus compañeros. Asimismo, mantenía una buena relación con Estúñiga, ya que ambos eran de la misma quinta aunque aclara que no eran uña y carne.
“Incluso cuando se decía que era el único sospechoso nadie se lo creía”, destaca Redondo.
Esa misma semana, su viaje y el de Estúñiga parecían serpentear en la misma dirección. Se cruzaron en la discoteca y en el pub de Ajalvir, ambos con una cerveza, ambos con una sonrisa, pero solo uno cargaba un pertubador equipaje de más.
“Los primeros días llevaba el cadáver en el maletero de su coche”, titubea Redondo con la mirada perdida.
Víctima y verdugo tenían un carácter muy abierto, tendentes a invitar a la tentación siempre que se veían. “Se comentaba que José siempre había estado detrás de ella y que Yolanda tampoco le rechazaba. Estaban en su coche y una cosa llevó a la otra”, sospecha sobre un contexto que acabaría salpicado de sangre.
“Conmocionó al pueblo, nadie se lo podía creer. Eran unas familias que siempre se han llevado bien”, lamenta Redondo sobre un acontecimiento que aún sigue encerrado en aquel cajón de la memoria que no todos quieren abrir. No obstante, las familias implicadas no preservaron ni la llave pues el vecino de Algete explica que, al poco tiempo de enterrar su cuerpo, las madres hablaban en las tiendas como si no hubiera pasado nada.
Durante los siguientes 11 años, las frías caricias de los barrotes fueron las únicas que reconfortaron a Estúñiga. Ahora, son su esposa y dos hijos los que le sirven el desayuno en una bandeja que ha dejado de ser gris.
“Todo el pueblo habría puesto la mano en el fuego de que ese chico no podía ser”, resalta Redondo que, sin embargo, ya no piensa igual. Sus ojos siguen viendo al mismo chico de pueblo, pero su olfato repugna el hedor a sangre que rezuman las manos de Estúñiga. “Un día le vi con mi novia, nos quedamos como una piedra”, confiesa más de 20 años después del asesinato.
La historia de José Luis Estúñiga, la historia de una persona cotidiana que no acabó siendo como todos creían que era. Quizá tampoco lo sabía él, quizá tampoco sepa ahora quién es usted realmente. Tranquilícese, como dicen, solo el tiempo es capaz de juzgar.
Comments