El periodista que nadie quiere y todos necesitan
- Fernando Fraile
- 13 dic 2021
- 4 Min. de lectura
El periodismo ha existido desde siempre, al menos en su esencia más básica de informar, y, aún así, después de tantos partos y muertes desde aquel día que enjaulamos al fuego en nuestro saber, pese a la larga historia del periodismo, de periodistas no hay tanta, al menos en su esencia no tan básica cómo lo es informar.
Entre toda esa muchedumbre disfrazada en esos atuendos tan aparentemente íntegros que, sin embargo, desprenden un rancio hedor a propaganda, destacan realmente aquellos inconformistas que desnudos no utilizan la verdad sino que la buscan.
Podemos considerar a nuestro protagonista como la personificación del adulterio, pues aún casado no hacía sino amar a otra mujer, amar a la hija que con su tinta engendró. Los delicados cabellos teñidos en el diáfano color de la independencia rimaban con sus rabiosos aullidos de libertad, con sus susurros alentadores de honestidad. Había amado a su mujer desde aquel día que coincidieron, a su amante desde aquel día que la coincidencia le hizo empezar a ser.
Fue un amor a tres que su mujer no pudo ni quiso cambiar, pues el autor necesitaba la pasión del periodismo, la sonrisa de su verdad.
La miopía de su mirada añil y su insaciable inconformismo acompañaron incansables a un Manuel Chaves Nogales adicto al amargo sabor de un periodismo comprometido por un mundo que parecía no quererse salvar. Su mandíbula soportó con firmeza las embestidas de una sociedad sumida en su propia perdición. Chaves fue para el periodismo, lo que la pajarita fue para Manuel: el símbolo de unas líneas firmadas por la eternidad.

La corriente golpeaba impetuosa a un periodista que nadaba en su contra con la convicción de quién sabe dónde va, de quién sabe qué busca. El ardor de unos brazos destrozados por el peso de la crítica no le detuvo, la guerra tampoco. Aún así, la brújula señalaba a un Norte devorado por el fulgurante mar de la ineptitud. Manuel se ahogó después de encontrar la verdad., una verdad cuyo rumbo la sociedad sigue ignorante sin encontrar.
El azar caprichoso hizo que Chaves se criara en una casa que más bien era un museo. Allí, se desayunaba una torta untada en arte, se comía arte con pan y se cenaba a secas aunque nunca lo estaba porque, como en cualquier otro rincón andaluz, todas acababan con una jartá de ese arte que parecen rezumar.
No obstante, entre todas, su familia tenía mucho arte, pero arte de verdad. Los alargados dedos de su madre habían acariciado los pianos más anhelados de la época, los de su abuelo manchado con el óleo que uniformaba de retratos la plaza de toros de Sevilla, los de su padre empuñado la pluma que su hijo heredaría y convertiría en promesa de compromiso social.
Por aquel entonces, solo era la silueta de la esperanza asomándose curiosa al tablero de una mesa que apenas podía alcanzar pese a empinar la punta de sus pequeños pies. Por ahora, el mito de que los reporteros existen. La vocación acompañaba cariñosa a Chaves hasta la puerta de la redacción, cuando su padre trabajaba en el periódico, despidiéndose convencida de que al día siguiente volvería a escuchar sus dudas inocentes. Unas dudas que se acabaron convirtiendo en un asedio de interrogantes al sistema que el mismo respondería. Acabó siendo el periodista que nadie quiere, el periodista que siempre quiso.
Manuel era esa persona a la que confiarías las llaves de casa cuando llegan las vacaciones y con estas la obligación de marchase a viajar, pero también aquella en la que primero pensarías para partir a una guerra. Su esfuerzo descomedido, compromiso social y espíritu aventurero hicieron que sus líneas concisas y amenas pronto empezaran a destacar en la época de la rimbombancia. De hecho, fue laureado con el más prestigioso premio de la prensa español, el Mariano de Cavia, presentándose como quién iba a ser: la luz de un periodismo cuya realidad estaba en tinieblas y quizá lo sigue estando.
Tras presionar metódico a ritmo de cardiaco las máquina de diferentes redacciones en Sevilla, Córdoba y Madrid, emprende un viaje como corresponsal que no se detendría en su asignada París. El asiento despellejado de una avioneta sería el nuevo despacho desde el que recorrería Europa entallado en un abrigo descolorido con el que descubriría un nuevo mundo.
Alemania e Italia recibieron respetuosas al nuevo Willy Fogg, Rusia no tanto. Aún así, el brusco beso del avión contra el suelo no le frenó, el comunismo tampoco. Chaves pudo ver y escuchar a la sociedad, percibir su frío y entonces así, analizar meticulosamente las secuelas una revolución bolchevique y una guerra civil soviética que pormenorizadamente difundía en España. No importa si horneados en novela, cocinados en reportajes o gratinados en entregas, todos sus textos eran periodísticos, todos informaban desde la ecuanimidad.
Su profundo apetito de conocimiento le hizo seguir buscando noticias, no esperarlas como aquella paloma que mendiga en hastiados bancos las migas que en días de lluvia no llegarán.
Por ello, entrevistó al temible Goebbels bajo la lona nazi que impregnaba de fascismo la escena buscando la verdad por encima de cualquier ideología, comunicando con la independencia que se exige, con la independencia que se obvia.
Asimismo, trató de engrandecer una profesión basada en el compromiso y servicio al ciudadano como bastiones. Unos pilares que hace mucho parecen haberse hundido, haciendo que el periodismo parezca flotar en los intereses políticos y económicos de las nubes. Como redactor jefe de Ahora, Chaves dignificó la profesión con un sueldo suficiente para comer, también para cenar; reunió a las mejores plumas del país como Unamuno, Baroja o Azorín; durmió en su despacho de madrugada; esquivó balas en los brotes anarquistas y explosiones en Asturias. El Ahora fue su presente para un futuro del periodismo que perdurase para siempre.
Nuestro protagonista fue ese tipo que escribió aquella famosa biografía del torero Juan Belmonte por la que afortunadamente se le recuerda, por la que desgraciadamente solo se le rememora. Se trata del periodismo cuyos ideales avivaron el odio en los fascistas, también en los comunistas, que criticó a los republicanos y a los sublevados. El reportero exiliado acorralado por la Gestapo que perseguía su propio sueño, un mundo sin extremos o al menos un periodismo independiente, ecuánime y veraz.
Manuel Chaves Nogales es la prueba de que el periodismo no debe moverse para las masas, si por ellas. No importa cuántos escuchen, vean o lean tus noticias, sino cuánto has conseguido destapar. El periodista que nadie quiere como periodista, el periodista del pueblo, el periodista en su propia esencia no tan básica cómo lo es informar.
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