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Destino, ¿y ahora qué?

Actualizado: 29 sept 2022

Dicen que el tiempo es relativo, nadie llega tarde pues el destino es siempre puntual a su cita. Sin embargo, aquella mañana tenía examen y las preguntas no se iban a responder solas. A pesar de ello, por variar o desvariar, conducía tan rápido como de costumbre esquivando la lentitud casi de forma coreográfica mientras los últimos acordes de sympathy for the devil barnizaban el asfalto.

El monótono e incesante latido del segundero volvía a pisar las mismas huellas que hacía no demasiado había hundido en su camino burlándose de mi forzosa celeridad. Había prometido a mi profesora que aquella vez no me retrasaría, pero no tenía culpa de que mi camisa hubiese decidido traviesa esconderse en el cuarto de invitados. Aún así, podía hacerlo. No pensaba en ello demasiado para no gafarlo, pero mi sonrisa se disfrazaba de cómplice.

Era jueves, el precio del petróleo trepaba como la yedra a ritmo de récord hacia un aumento del 37% y, por entonces, mi ilusión ya se había destrozado contra una hilera inexorable de camiones. Fue un cierre un tanto tajante. Brusco, como el beso agonizante del vaso contra el suelo, pero esta vez era mi cita con la evaluación quien se hacía añicos mientras asimilaba que no llegaría a tiempo; mientras el bramido de los cláxones me hacía comprender que mi examen no era nada al lado de aquello que están viviendo, estamos viviendo y viviremos.


Han pasado tres semanas desde que la huelga de transportes se estableció en nuestras conversaciones, en nuestras mentes, en nuestras preocupaciones que dictan sentencia antes de dormir mientras miramos al techo dubitativos. Tres semanas en las que los ganaderos rebuscan la soga en sus cajones para combinarla con la asfixia de su espera, la asfixia de una producción desperdiciada.


Han sido 21 días -siguen siéndolos-, casi un mes y como con todo, como con la guerra y su destrucción, como con la vida y la muerte, la sociedad se ha vuelto a acostumbrar al dolor silenciándolo ante la aparición de una nueva noticia.

Pese a la modificación de la normativa publicada en el BOE implantando una reducción de hasta 20 céntimos por litro, los precios del petróleo siguen surcando los cielos como aquel Superman despiadado dispuesto a destruir el mundo. Su capa, urdida en Rusia, atemoriza a una población que volvía a devorar atardeceres tras la penumbra de una pandemia de la que ya nadie se acuerda, aunque exista, pues de eso hace ya demasiado.


Y es que parece que ya nada importa y, sin embargo, nunca ha deja de importar.

El destino sigue deslizándose armónico en un tablero roído con unas fichas destrozadas y unos dados que rencorosos parecen querer justiciar todos nuestros fallos o, más bien, crímenes contra un mundo que no nos merecemos. De desgracia en desgracia y tiro porque me toca. Después de un estallido de guerra, sus consecuencias. Tras las bombas, el petróleo y, desde este, un aumento generalizado de los precios.


La inflación alcanza en la zona euro un crecimiento del 7.5% mientras el Gobierno establece medidas para racionalizar, limitar, restringir la compra de productos en aras de prevenir el desabastecimiento.


Y aún así, se nos olvidará cuando llegue la enésima mala noticia del año, del mes, de la semana o incluso día, como esclavos a sufrir tan solo el presente, aunque las heridas pasadas aún supuren piedad.

Quién sabe qué será lo siguiente. Puede que alguien intuya el corto plazo, pero es imposible mirar al horizonte con la certeza de conocer que hay más allá. Al menos yo lo desconozco. Por ello, sin ser un idealista, admito que dependemos del destino.


Querido lector, juntos podemos y debemos hacer algo. Sin embargo, todavía no sé el qué. El destino nos avisará cuando llegue el momento. Hasta entonces, trataré de no llegar tarde al próximo examen.


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