Capítulo 7: El poder de no usar la fuerza
- Fernando Fraile
- 20 ago 2017
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 24 sept 2022
Tras la nueva asignación de fronteras que delimitaban entonces a Europa, los países Francia y el Sacro Imperio Romano Germánico resultaron claramente damnificados, mientras que España alcanzaría su punto álgido en cuanto a posesiones se trataba. Pero nuestra protagonista no se conformaba con tener bajo su posesión al imperio más extenso conocido, necesitaba culminar la utopía ante la cual estaba ya encaminado.
Para ello siguió entregándose a sus territorios y depositando su confianza a sus sociedades. Fue tolerante con las nuevas culturas que aparecían en ellos e incluso incentivaba la emigración. Carlos II motivaba a sus gentes para que se formasen intelectualmente, estimulaba la innovación para así poder desarrollarse. Con una sociedad dispuesta a involucrarse en la progresiva perfección del sistema, el reino recibía sus premios. Con los avances aplicados en la agricultura el excedente se pudo destinar en la mejora de la industria y a su vez de la economía.
La educación es la única semilla que puede hacer crecer vida en este páramo de ignorancia llamado mundo.
Políticamente, el monarca consideraba todos los derechos de los ciudadanos, respetándolos como si de sus hijos se trataran. Además, el imperio contaba con América la cual fue visitada en numerosas ocasiones por Carlos II. Esta, era descrita como una cornucopia en la que la abundancia colmaba sus tierras. Los recursos primarios complementaban a las fértiles tierras por la que pasaban serpenteantes ríos de calmadas y refrescantes aguas, entre el oleaje de ramas cuyo sonido caracterizaba tanto a las frondosas selvas.
La superioridad hispánica tuvo sin embargo fatales consecuencias. Las potencias europeas como lo fueron Francia y el Sacro Imperio Romano Germánico unieron sus energías para intentar acabar con el predominio español. Le declaraban así la guerra con ansias hegemónicas, tratando de reducir el aumento de poder de Carlos II juntando todas sus fuerzas militares. Fue la denominada guerra continental de 1700.
El conflicto fue corto pero intenso, las potencias europeas junto a la ayuda del imperio otomano intentaron centrar todo sus esfuerzos en España. Su estrategia era abrir una brecha entre los Pirineos y atacar con todo hasta llegar a la capital de reino, Madrid, y allí desangrar al imperio, obligando a Carlos II a abdicar y conceder sus territorios.
Carlos II adoptó medidas preventivas tratando de mantener a salvo a la sociedad. Primero trató de calmar a los que consideraba como a sus hijos ya que, pese a su infertilidad resultante del matrimonio entre familiares como eran sus padres, estimaba a la sociedad como sangre de su sangre. Tal era su devoción por el pueblo que pretendía desocupar el norte de la península. Sin embargo una gran parte de estos se mantuvo firme y a la disposición de su alteza. El padre recibió el apoyo del hijo, la familia estaba unida por lo que nada ni nadie la separaría.
El monarca decidió entonces evacuar a los niños de las áreas expuestas al peligro extranjero. En ellas permanecerían su fiel ejército que tanto miedo infundió en la guerra de los treintas años y aquellos voluntarios que defenderían sus propiedades. Todos ellos se reunieron un día antes en el llamado Consejo de Hechizos, donde se trazó el plan de lo que debería suceder al día siguiente. Una guerra en la cual la fuerza bruta fuese un simple actor secundario, dejando aparecer en escena a la astucia. Un juego de terror, un viaje por el infamado inframundo, donde nada sería lo que parece.

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