Capítulo 5: El títere titiritero
- Fernando Fraile
- 6 ago 2017
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 24 sept 2022
Desde la muerte su abuelo, Carlos comenzó a actuar de manera extraña haciendo pensar a los hambrientos leones que le rodeaban que su presa deliraba. Su actitud era más propia de la demencia ya que hablaba solo, gritaba por las noches o decía ver animales por el palacio. Todo ello con el fin de ser subestimado por sus predadores y es que los leones pensaban estar controlando a su presa desde las ramas de su árbol, una débil gacela que se hallaba en medio del páramo. Lo que no sabían es que era una simple imagen ilusoria, un cepo del verdadero Carlos, un cazador con fusil que aguardaba escondido entre las hierbas.
A pesar de la locura de Carlos, los privilegiados trataron de asegurarse de su total incapacidad para así poder gobernar pese a la representación política oficial del monarca. Utilizarían a su hermano bastardo como valido controlado por ellos. Los nobles tirarían de las cuerdas en este caso Juan José de Austria, y el títere Carlos se movería a su voluntad. Para ello trataron de hechizar a Carlos con pócimas que mermaran aún más su salud mental.
Los brujos la denominaban como la “hora del té”. Cada día cuando el sol se alineaba con las montañas con el fin de esconderse de nuestros inocentes ojos, algún miembro de la corte le proporcionaba a nuestro astuto protagonista una taza de té. En esta iba disuelta la cantidad pertinente de estupefacientes que acabaran con la salud mental del joven príncipe. Sin embargo, Carlos, fiel a los consejos de su abuelo utilizó la treta como una ofensiva.
"Mantente a alerta, hay que ser el más listo de la sala" las últimas palabras de su abuelo marcaron el comienzo del esplendor
El príncipe se valió de su supuesta locura para contrarrestar el peligro frente al cual se hallaba. Por ello, decía que añoraba a su hermano y que no tenía apetito si él no se encontraba junto a su alteza. Además, se mostraba reacio a beber en presencia de gente de la corte, ya que frenaban sus ganas de beber. Sus gritos y llantos más propios de un endemoniado, escondían bajo el disfraz de la demencia a un autentico negociador.
La inocencia que mostraba Carlos hizo que las pirañas de la corte mordieran el cebo envenenado y por lo tanto, cada día al atardecer se encontraba solo ante quién sería su controlador y delante suya una taza de té hechizada. Con el tiempo, consiguió convencer a su hermano de beber chocolate, ya que era una bebida mucho más insólita y digna de un rey. Hasta que ese momento no llegó, Carlos nunca bebió de su taza.
Con la certeza de que el chocolate estuviese intacto, obligaba a su hermano pequeño a beberse el té, mientras que él disfrutaba de una caliente y espesa delicia de cacao. Con el tiempo, el engaño era más fácil ya que la capacidad mental del bastardo se había visto reducida. Carlos trataba de seguir haciendo locuras para que los nobles no sospecharan, como al similar momentos de pesadumbre anímica durante la cual no hablaba en semanas o solo lloraba.
El títere tiraba de los hilos y controlaba al titiritero.
Tanto era el poder de Carlos, que sus minúsculos brazos controlaban la mano de la corte. Esta, ciega por la venda del egoísmo, no veía que eran sus movimientos los artificiales y que el guiñol se movía con libertad en el escenario. Con la muerte de Felipe IV, Carlos se liberó por completo de los cables invisibles llegando incluso a abandonar el teatro, encerrando en él a todos los hipócritas. La corte acabaría siendo presa de sus apariencias.
Carlos II heredó el trono en una situación nefasta para la corona: habían perdido Cataluña y Portugal, la gente en su reino ya no confiaba en la principal figura política y por último, la guerra de los treinta años estaba deteriorando aún más la situación española con bajas y costes innecesarios.
La primera medida por la que optó el nuevo monarca estaba encaminada a satisfacer a aquellos que creían controlarle. Nombró primer ministro a su hermano bastardo y concedió algunos territorios a los nobles. Esto les hizo confiarse aún más en su poder y en la eficacia de su plan colocando a Juan de Austria cercano al rey. Sin embargo, la concesión de esos territorios implicaba que debían alejarse de la corte, lo que implicaba una mayor autonomía del rey en su palacio. Además, al nombrar a su hermano primer ministro, pese a otorgarle un cargo con gran importancia, debía responder a la autoridad de su majestad.
Los nobles pensaban que era Juan José quien estaba detrás de estas medidas controlando así a Carlos, pero era justo al contrario, Carlos estaba allanando el terreno para recolectar una cosecha de futura prosperidad en su reino. Para ello, el desarrollo tecnológico adoptó una gran importancia invirtiendo en la innovación en todos los ámbitos. Así mejoró la agricultura y por ello la productividad, estableció la educación obligatoria para crear un país de personas formadas y potenció la industria. Estas decisiones acabarían siendo vitales al largo plazo.
Para potenciar su poder y reforzar su autoridad decidió colocar una escolta personal, además, se nombró líder del ejército. Conoció personalmente a los hombres más importantes entre sus soldados, ganándose así su confianza. Los nobles le tomaban por loco cuando marchó al frente para conocer a las personas que se sacrificaban en su nombre por su país, sin embargo, esto solo fortaleció la relación entre corona y ejército.
Carlos II se mostró como un monarca preocupado y conciliador, visitaba universidades e incluso a los jornaleros que trabajaban para sostener el alimento del país. Su nombre fue poco a poco cobrando fuerza entre la sociedad que sin darse cuenta le respetaba como líder. El punto álgido de la consideración social llegó con su última y más importante medida: la supresión de los privilegios al clero y nobleza.
Los privilegiados planeaban una revolución para recobrar sus derechos pero su fuerza era mínima. El rey como un encantador de serpientes había atraído a todos los reptiles con su flauta de tolerancia y respeto. Sin darse cuenta los opositores del poder real estaban sumergidos en el veneno emanado por los colmillos de la nueva sociedad. Su vasallos respondían a Carlos, quien también contaba con el ejército. El rey movió ficha y con un peón derrocó a la última pieza del tablero. Un peón que siempre estuvo ahí, una pieza tomada por loca e inservible, la inteligencia de Carlos II.
La marioneta salió de su tablero y el titiritero acabó siendo resignado al olvido. El confiado pastor fue mordido por el lobo escondido en piel de oveja. España iba a cambiar.

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