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Capítulo 4: La gestación de la sabiduría

Actualizado: 24 sept 2022

Durante su infancia, Carlos encontró en la figura de su abuelo, Felipe III, un apoyo. La ineptitud de su padre no solo se limitaba al orden político también al familiar. Con Felipe IV, España pasó sus peores años ya que perdió territorios como Portugal y Cataluña. Además, su incompetencia hacía que la situación del país en la guerra de los treinta años estuviese muy desfavorecida.


Pero no solo condenaba el futuro de España, también el de su familia, especialmente el porvenir de su hijo. La torpeza del vigente rey hacía que el verdadero poder estuviese controlado por el valido conde-duque Olivares, quien encabezaba desde las sombras el resurgir de la nobleza. Felipe IV, creía estar en su trono de acero y marfil, pero sin embargo, estaba reposado en uno de paja carcomido por termitas con privilegios. Así, el negligente padre colocó una diana en la espalda de nuestro pequeño protagonista debido a que los interesados nobles intentarían asegurar su poder cortando por la raíz el último atisbo de esperanza real.


Su abuelo inició a Carlos en los que en el futuro serían sus menesteres, el gobierno de España. Pese a su temprana edad, Felipe III comenzaba a reflexionar junto a su atento nieto sobre la situación del país hablándole de la sociedad, cultura y política. Le recitó las aventuras de Felipe II, conquistador de Italia y Flandes. También sobre el infame nombre que España tenía entonces, debido a perder territorios una vez controlados y ser el motivo de burla entre las nuevas potencias europeas.


Felipe III profetizó a su nieto que los privilegiados eran las ratas que contaminaban las cloacas y que sus derechos debían ser exterminados. Para ello, le instruyó que métodos debía seguir y que siempre estuviese atento pues su destino podría cambiar el del país. Le advirtió que estaba en peligro y más aun tras el nacimiento de su hermano bastardo, Juan José de Austria.


La mano negra invisible de la corte, al notar la próxima relación entre abuelo y nieto, acabó por asesinar al tutor del pequeño príncipe. Se dice que su comida fue envenenada para así acabar con la fuente de sabiduría de la que se alimentaban las ansias de nuestro joven protagonista.


Desde ese momento, Carlos II comenzó a desconfiar del resto, aislándose en su barca de seguridad dentro de un mar en el cual cada ola, por muy tranquila que pareciese, trataba de engañarle. El príncipe se crió alejado de unos brazos que le consolasen, del cariño que todo niño necesita. Esto, solo le hacía más fuerte. La ambición y la venganza se apoderaron de su ser pero debía ser cauto.


Los codiciosos privilegiados veían en Juan José una personalidad mucho más débil, por lo que podría ser controlada con mayor facilidad, en comparación con nuestro prudente protagonista. Su idea era simple: posicionar al bastardo como valido ante el que sería el nuevo rey, Carlos II. De esta forma, una vez Carlos II fuese eliminado junto a Juan José, volverían a controlar el reino y ser los más poderosos.


El legado de la hegemonía de los Autrias estaba sentenciado. El ataúd estaba comprado y las flores cortadas, sin embargo no contaban con la inteligencia de Carlos.


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